lunes, 28 de noviembre de 2011

¿CASADOS Y FELICES?

Estar casados es una invitación a algo mucho más profundo que simplemente convivir juntos en una misma casa.
Llegamos al altar colmados de ilusiones y con fuertes deseos de que esa vida en pareja que iniciamos resulte espléndidamente bien. Sin embargo, los que adquieren ese compromiso emprenden esa aventura en un mundo que ya no cree en el matrimonio.
Un amigo periodista me preguntaba: «Sixto, ¿cómo es el matrimonio?» Yo le contesté: «es bellísimo». A lo que me respondió: «sos la primera persona que no me afirma que, al casarme, me estoy echando la soga al cuello. ¡Qué bueno es oír a alguien que habla con esperanza del matrimonio!»
Sinceramente deseo que usted alcance éxito en su matrimonio. Mi esposa y yo hemos gozado veintiún años de casados. Conozco a Helen y ella a mí. Confío en ella y ella en mí. Ella ha conseguido que lo mejor de mí salga a la luz, y yo espero también haber estimulado lo mejor de ella. Lo que yo soy ahora se debe, en gran parte, a lo que ella ha sembrado en mí. Cuanto más transcurre el tiempo más crece nuestro amor. El anhelo de nuestro corazón es envejecer juntos, con el disfrute pleno de esta maravillosa aventura, nuestro matrimonio.
El matrimonio hoy enfrenta la amenaza de los conceptos mal formados y tergiversados que nuestra cultura formula acerca de él. Esos conceptos se expresan en frases como estas: «si no da resultado, podemos separarnos», «te prometo que estaremos juntos siempre… mientras siga enamorado», «lo lamento, pero ya no te quiero y por eso, esto debe terminar». Afirmaciones como estas ¡destruyen las relaciones! Incluso, ahora, Hollywood está vendiendo una nueva
versión del matrimonio, la cual ofrece un contrato con cláusula de ruptura: «Si nos separamos, deberás pagarme una indemnización y devolverme mis bienes». ¡Qué error! El matrimonio es una relación que nació para que dure para siempre. No quiero que se confunda con lo que he afirmado. El amor no es algo que simplemente ocurre. El amor lleva de la mano el compromiso.
El amor es el resultado de una decisión que se sostiene a través del tiempo por un compromiso asumido. El amor deberá prevalecer sobre las muchas aguas tumultuosas y sobreponerse a los muchos desánimos. Durante el noviazgo el amor es completamente espontáneo y automático. Más bien es necesario andar con el «freno de mano», pues los muchachos lo quieren experimentar todo. En el matrimonio, sin embargo, el amor necesita ser cultivado, protegido y aun deseado. Es el fruto de un proceso deliberado de ejercitación diaria que lo mantiene vigoroso y hermoso.
Quisiera mencionar, en este artículo, tres ingredientes que son muy importantes para un matrimonio que perdura y crece a lo largo de los años: la amistad, el compromiso y la comunicación.
Primer ingrediente: amistad
En un estudio publicado se entrevistó a centenares de parejas que han tenido matrimonios consolidados. A cada uno se les preguntó cuáles consideraban ellos que eran las bases del éxito de su matrimonio. De los treinta y nueve elementos que identificaron, la gran mayoría ubicó en el primer lugar la amistad. Algunas de las frases que se escucharon una y otra vez fueron: «mi cónyuge es mi mejor amigo»; «me encanta mi pareja como persona». ¿Puede usted afirmar que ocurre lo mismo en su propio matrimonio? ¿Es su cónyuge su mejor amigo? ¿Le ha permitido usted llegar hasta su corazón? ¿Se muestra usted amigo con su pareja? ¿A quién llama cuando le ocurre algo verdaderamente importante? ¡Espero que sea a su pareja!
Francamente, si usted no quiere ser amigo de su cónyuge está perdiendo su vida. La amistad se desarrolla a partir de la confianza que crece en medio del respeto mutuo, el tiempo compartido y el deseo sincero de estar juntos. Yo debo querer estar con Helen, debo anhelarlo, y debo inspirar confianza en ella para que desee ser mi amiga. Un amigo es alguien con quien usted se siente bien, cuya compañía disfruta. Pueden trabajar y jugar juntos. Es aquella persona en quien sin reservas deposita su confianza. Es también un confidente. Y alguien a quien respeta y lo respeta a usted.
¿Cómo crecer en la experiencia de ser amigos? Le ofrezco algunos consejos prácticos:
1. Memorias compartidas
Una de las maneras en que crece la amistad es recordar periódicamente aquellos momentos especiales que marcaron sus vidas cuando eran solo amigos. Recuerden juntos las situaciones que vivieron cuando empezaban a conocerse. ¿Qué convertía en especial esos encuentros? ¿Qué producía la magia en el ambiente cuando hablaban y no querían que esa tertulia llegara a su fin? ¿Qué ocurría en medio de ustedes? ¿Acaso no era la confianza que crecía porque el otro lo escuchaba sin recriminar, ni acusar, ni señalar? Lo vivido en esos tiempos nos dará importantes pistas para entender los fundamentos que sostienen particularmente nuestra amistad.
2. Detalles cultivados
Préstenle atención a los detalles como las salidas en pareja, las sorpresas, las experiencias que, aun siendo pequeñas, aportan una cuota considerable a la riqueza que comparten juntos en su matrimonio. La intención detrás de estos detalles es lo que verdaderamente proporciona gozo a nuestra pareja. En cierta ocasión cuando regresaba a casa, se me ocurrió llevarle un pequeño presente a Helen. No celebrábamos nada, pero quería sorprenderla. Pasé por una floristería y encontré justo lo que estaba buscando: una preciosa rosa, fresca, aún con pequeñas gotas de agua, empacada delicadamente en una caja transparente. Pensé: «voy a quedar súper bien con Helen». Cuando llegué a casa saqué la cajita con la rosa, y se la presenté a mi esposa. Ella reaccionó feliz ante la sorpresa, e inmediatamente buscó un florero. Cuando sacó la rosa de la caja, sin embargo, no pudo evitar soltar la risa.  «¿De qué te ríes?» —le pregunté. «Mi amor —me respondió—, ¡es artificial!» «Pero se veía tan perfecta» —le comenté. «Justamente, cuando son tan perfectas, no son verdaderas» —me explicó. A pesar de mi vergüenza, supe que el gesto igualmente fue importante. Cultivar esos detalles no demanda mucho dinero.
3. Admiración expresada
Si busca ver crecer la amistad entre ustedes, nunca pierda la capacidad de admirar a su pareja. Con el tiempo, inevitablemente los cambios llegarán a sus vidas. Algunos perdemos el pelo. Otros comienzan a peinar canas o a almacenar kilos. Vendrá la época en que el paso de los años no se podrá disimular. En medio de esas alteraciones físicas, sin embargo, la admiración crece porque la aceptación resulta cada vez más fuerte. Deja de ser importante lo superficial, lo externo, para que sea importante lo que está en lo profundo, lo auténtico y que trasciende a la eternidad. Jamás se permita dejar de admirar a su pareja.
4. Intereses compartidos
Los amigos también comparten intereses comunes. Poseen un alto sentido de cooperación mutua. No se trata de que uno de los dos sirva al que permanece sentado en espera de recibir. En esta sociedad llamada matrimonio a nadie se le ha dado el rol exclusivo de servir. Los dos nos servimos mutuamente, nos cuidamos y nos ayudamos en todo. La amistad no consiste solamente en conversaciones intensas. Es creer que podemos aceptarnos, compartir intereses, desarrollar proyectos juntos y también valorar los proyectos personales del otro. En una verdadera amistad el uno no anula al otro. Esta es la clase de amistad que hace que el matrimonio persista a través del tiempo. Amistad es asumir el compromiso de aportar para la felicidad del cónyuge, sin perder las características particulares de nuestra identidad y la propia valoración. Dar no es anularse. Es sinónimo de identificación, aprecio, comprensión y valoración. Estoy convencido de que nos quedamos satisfechos con una definición muy limitada de lo que significa «y serán una sola carne» (Gn 2.24). La frase indudablemente indica que la pareja dejará a padre y madre y los dos se unirán para formar una nueva unidad. Pero esta unidad no significa que ella debe renunciar a sus proyectos para construir solo los míos. Significa que nos unimos y seguimos manteniendo nuestra
individualidad, personalidad y valoración. El pacto de amor que hemos asumido me permite ahora afirmar que lo de mi cónyuge es importante. De hecho, mi compromiso es esforzarme para que sus sueños y deseos se cumplan.
La amistad y el amor promueven la individualidad. No se relaciona en nada a uniformarnos, ni a obligar al otro a que abandone lo que piensa. La amistad abre la puerta para que cada uno deje participar a su cónyuge de sus intereses. Esto obliga a guardar el equilibro entre la unión y la individualidad. En cuanto uno de los dos deja de ser la persona que es, la muerte del matrimonio se aproxima. Por esto, el matrimonio que realmente perdura genera el espacio para que cada uno continúe siendo quien es. El amor no anula las costumbres ni las individualidades, sino que acepta a la otra persona tal como es.
5. Sacrificio practicado
El amor sin el sacrificio y la negación, cuya consistencia se limita a las palabras, es pura espuma. El legítimo amor sufre. Espera a la persona que va más lento, acepta a la otra, sin obligarla a ser como yo soy lo que también implica cierta cuota de sufrimiento. El verdadero amor, el que dura, es generoso, respetuoso, dedicado y comprensivo.
Segundo ingrediente: compromiso
El amor es un compromiso incondicional en el que dos personas concuerdan. Comprometerse entraña la disposición de cumplir lo pactado. A diferencia de un contrato, el pacto se fundamenta en la libre voluntad de los que adquieren la obligación. Esta relación no puede apoyarse en las emociones, porque fluctúan y dependen de las circunstancias. En algunas ocasiones pueden ser muy intensas y muy débiles en otras. En una guerra, por ejemplo, muchos soldados afirman que están dispuestos a sufrir para asegurar el bien de sus familias. No obstante, cuando regresan a sus hogares, muchas veces esos mismos soldados son los que agraden, lastiman, abandonan o menosprecian a sus seres queridos. En situaciones adversas, las emociones positivas aumentan y se defiende el amor.
En medio de las diferencias y los desacuerdos, sin embargo, las emociones se tornan frías. Algunos sostienen: «cuando desaparece el amor, todo termina». El amor, no obstante, no termina cuando las emociones se mueren, porque las emociones engañan. Recuerdo que, aún siendo niño, mi papá me disciplinó por algo que hice. En ese momento pensé: «¡que se muera!». Dos minutos más tarde, sin embargo, me retractaba: «mejor que no se muera, porque entonces me quedo sin papá». ¿Eran confiables esos sentimientos? ¡Claro que no! Eran el resultado de emociones encontradas. Necesitamos aprender a leer correctamente nuestras emociones.
En algunos momentos, en nuestro matrimonio, aflorarán en nosotros sentimientos extraños y desagradables; incluso, en ocasiones, desearemos salir corriendo. ¡No le haga caso a esas sensaciones! El amor legítimo prevalece en medio de las emociones que suben y bajan. Y cuando usted se da la oportunidad de pasar, sin ahogarse, por el río turbulento de las emociones encontrará, al otro lado, las sensaciones más preciosas, fruto de entender que el amor es una decisión que se mantiene a través del tiempo basada en el compromiso.
El compromiso es una promesa o voto que confiere obligación. De esta verdad surgen los dichos como «quien se casa se pone la soga al cuello». Matrimonio, no obstante, no es yugo, porque la obligación de esta promesa no es por imposición sino por voluntad propia. La obligación del matrimonio no representa pérdida de libertad. El compromiso le otorga valor a la palabra que empeñé. Es un voto que se traslada a la conducta y que debe prevalecer sobre toda diferencia, dificultad y adversidad. Es precisamente en el ejercicio de mi libertad que decido amar cada día. ¡Nadie está condenado a amar! Cada uno elije amar todos los días. Usted no es fiel porque está casado. Usted es fiel porque ha empeñado su palabra, porque es libre para decidir.
Hace algún tiempo, de viaje en algún país, luego de recoger mi equipaje y pasar por la aduana, tomé un taxi. Aún no habíamos salido del aeropuerto cuando el taxista me propuso: «oiga; ¿quiere una mujer para esta noche? Le ofrezco una bonita; es barata y hace todo lo que usted le pida?» ¡Qué oferta!, ¿verdad? Estaba solo, en un país extraño y tenía tres días para disfrutar. Le contesté: «Muchas gracias por su ofrecimiento, pero soy casado».
El hombre inmediatamente contestó: « ¿Qué tiene? Todos vienen a lo mismo aquí». Yo le respondí: «Mi esposa se llama Helen. Tengo dos hijos: Daniel y Esteban». Y así comencé a hablarle de mi preciosa familia. Sencillamente estaba ejerciendo mi libertad de elegir.
Cuando engaño, no engaño a otro sino a mí mismo. La conciencia no incomoda a otra persona, sino a su dueño. Asimismo, cuando soy fiel, lo soy para conmigo mismo, y lo decido así porque soy libre. La persona que pierde la libertad pierde la capacidad de amar. El día que usted se sienta obligado a amar porque porta un anillo, pierde su libertad. Usted se obliga porque es libre, porque un día dio su palabra y eso exige compromiso.
Si usted capta la esencia de este concepto usted será capaz de amar intensamente. Al contarle al taxista de mi familia estaba invitando a Helen y a mis hijos a viajar conmigo en el taxi. Estaba valorando lo que más aprecio, mi familia. Continué hablando, «llevo trece años casado. Sueño vivir con mi esposa al menos cincuenta años más. ¿Se imagina usted lo que va a significar que estemos juntos el día que nuestros hijos se casen? Mi sueño es verlos crecer y llegar a ser abuelo, estar allí cuando mis nietos nazcan. Quiero contarles cómo era el siglo XX y que ellos me pregunten: “Abuelo, ¿qué era esa máquina rara que está en el museo, que se llama fax”» Concluí con esta explicación: «Señor, puedo pasar tres días emocionantes con la dama que usted me ofrece, pero he decidido ser fiel. No soy fiel porque mi esposa esté o no esté presente, sino por convicción propia». Esta actitud le permite caminar por la vida con la frente en alto. La infidelidad genera angustia y temor.
Comprometerse es la disposición de seguir adelante a pesar de las decepciones y las fallas. Descubrimos que el amor prevalece sobre las diferencias, las desilusiones y aun sobre los cambios físicos. Un día me contaron de una persona, mal educada, que le reclamó a su cónyuge: «Yo me casé con una  mujer delgada. ¡Ahora eres una gorda!» ¿Acaso él no se ve en el espejo? Ahí no existe compromiso sino egoísmo. El compromiso acepta al otro tal cual es, pues prevalece aun sobre el paso del tiempo. Comprometerse es más que soportar. Es aceptar a la persona con sus costumbres, defectos y metas.
Cuando yo acepto me permite ser más tolerante y me resulta más fácil vivir una vida de compromiso. Yo he cambiado mucho, porque Helen se ha esforzado en sacar de mí lo mejor. En lugar de imponerse, me instruye. Ella también ha cambiado, porque sabe que yo la acepto. ¿Quiere observar cambios en la otra persona? Acéptela, admírela y concéntrese en sus fortalezas en lugar de estar destacando las cualidades que no ve en ella. Exprese con palabras los aspectos bellos que identifican su carácter, aquellos que cautivaron su corazón la primera vez que se conocieron. Comprometerse es aferrarse a la convicción de que nuestra relación crecerá en las buenas y en las malas, en riqueza o en pobreza, en salud o en enfermedad. En el libro “Cómo hallar el amor de tu vida”, el autor afirma: «El compromiso alivia significativamente el miedo que todos tenemos al abandono». El miedo a que nos dejen es uno de los más intensos y es por eso que la vida matrimonial representa para nosotros un desafío permanente. Solo la podrán superar aquellos que verdaderamente se sienten libres. El compromiso facilita que la relación se afirme y otorga libertad para ser uno mismo. Crea el espacio necesario para expresar, sin miedo, los sentimientos y pensamientos más escondidos en nuestros corazones.
El tercer ingrediente: comunicación
La comunicación es más que el deseo de hablar y escuchar; debe incluir la disposición de lograr objetivos y metas comunes. Cuando nosotros iniciamos el proyecto de construir nuestra casa varios amigos nos anunciaron: «eso sí que pone a prueba el matrimonio. Es un terrible desafío. Muchos sufren sus peores peleas en este tiempo y algunos hasta se divorcian». Por esto, decidimos ponernos de acuerdo. Yo le dije a mi esposa: « ¿qué te parece si tomamos cada decisión por consenso?»
Con el pasar de los años yo he descubierto los dones de Helen. Ella es la que hace los negocios, y resultan muy bien. Sabe conseguir buenos descuentos. Sus elecciones son acertadas, porque elige entre cincuenta alternativas. No es mi caso. ¡Yo siempre elijo lo primero que me ofrecen!
En el matrimonio debemos buscar palabras positivas, abundantes, personales, y amorosas. Positivas, porque siempre voy a hablar bien de la persona que amo, en su presencia o ausencia. Abundantes, porque voy a esforzarme en reconocerla con palabras, con miradas y con gestos. Personales, porque existe un código de comunicación en cada pareja que debe pertenecer solo a ellos. Un cruce de miradas, un gesto con una mano, un movimiento de pie. Amorosas, porque estas palabras deben partir de un corazón respetuoso, honesto fiel y perdonador, pues la ira, el enfado, el enojo y el dolor, deben dar paso a la reconciliación y al perdón.
La comunicación también implica un compromiso con la honestidad. Decir siempre la verdad garantiza relaciones sólidas, inspira confianza y permite un conocimiento profundo de la otra persona. Diga la verdad con gentileza y amabilidad y consideración. Comuníquese cuando se sienta triste, no comprendido o cansado. Surgen momentos en los que guardar silencio simplemente se presta para la confusión. Comparta sus temores. Cuando comparto mis miedos estoy más cerca de la persona que amo. Comparta sus frustraciones, las que vienen cuando no entendemos lo que nos ocurre. Converse con su cónyuge, ella puede ayudarlo a sobrellevar la carga. Abra su corazón ante la otra persona y sea sincero en sus palabras. Escuche sin juzgar y criticar aun cuando no está de acuerdo. Escuchar y pensar antes de hablar, es un gesto de consideración que determina madurez, respeto y valoración.
Establecer un buen fundamento para el matrimonio es necesario para alcanzar y mantener el éxito del mismo. Si usted guarda asuntos sin resolver, resuélvalos. Si no ha logrado perdonar, perdone. Si necesita replantear la construcción de su matrimonio, empiece a partir de saberse una persona capaz de sostener en el tiempo la palabra que un día empeñó. ¡Qué hermoso poder confesar que, con el paso del tiempo, este amor creció y está más vivo que nunca!
Si lo hemos cultivado y protegido, trabajando por ser amigos y compañeros, el amor será cada día más intenso y deleitoso. Este tipo de amor nunca deja de ser.

UN HOGAR LIBRE DE DEUDAS

¿Se imagina usted lo que es estar libre de deudas, y haber pagado la hipoteca de su casa a los 25 años de edad?
“¡Si usted vive como nadie más ahora, entonces vivirá como nadie más mañana!” Esta es una frase que Jack y Christie Trace aprendieron del experto financiero, Dave Ramsey, en su curso “Paz Financiera”, y es lo que se mantenían recordándose a sí mismos mientras se proponían alcanzar una meta que pocos matrimonios intentan.
“Ahorrar dinero para pagar al contado una casa no fue fácil”, dice Christie, quien siendo una adolescente gastaba en ropa todo el dinero que recibía de sus padres. “Esta es una de las cosas más difíciles que hemos hecho. Sin embargo, el saber el impacto que tendría sobre el resto de nuestras vidas, hizo que valiera la pena el gran esfuerzo”.
Jack y Christie se casaron seis meses después de conocerse. Fueron los primeros de sus amigos en casarse, pero los últimos en comprar una casa. Mientras que sus amigos compraban autos, muebles y casas, y salían a comer fuera, los Trace alquilaron un apartamento barato y cenaban con sándwiches de mermelada y mantequilla de maní. “¡Mientras viva, no quiero volver a comer otra vez un sándwich de mermelada y mantequilla de maní!”, dice Jack riéndose.
Aunque tuvieron muchas peleas en cuanto al dinero mientras aprendían a ponerse de acuerdo, los dos fueron fieles al estilo de vida libre de deudas. De hecho, Jack tuvo dos trabajos mientras estudiaba, y compró en efectivo el anillo de compromiso de Christie.
SALIR DE LA ESCLAVITUD
“Durante este proceso, nos enteramos de que Proverbios 22.7 (NVI) dice: ‘Los deudores son esclavos de sus acreedores’, y no hay excepción si uno está pagando una casa”, dice Christie. “La esclavitud no nos sonaba nada atractiva”.
Así que ahorraron y ahorraron —hasta el último centavo.
“Eso no quiere decir que no tuvimos reveses”, añade Jack. A veces tuvieron que pagar multas por algún descuido, e hicieron varias reparaciones a los autos que resultaron caras. Ocasionalmente sentían el “gusanillo” de endeudarse comprando a crédito una casa, e iban a ver algunas, pero nunca se sentían en paz con la idea de abandonar su objetivo.
“Nunca ganamos muchísimo dinero”, dice Jack. “Sobre todo al principio. Nuestros ingresos eran más bajos que los de la mayoría de nuestros amigos”. Sin embargo, gracias a una sólida planificación desde el principio, ambos egresaron de la universidad con algunos miles de dólares ahorrados, y sin tener que pagar ningún préstamo, lo cual les dio una ventaja inicial.
Vivir con un presupuesto bajo durante cuatro años y medio les permitió acumular $150.000 en ahorros. Pudieron ahorrar unos $30.000 por año viviendo frugalmente con un solo ingreso y ahorrando el otro. Una pareja que tuviera $60.000 de deuda, podría hacer lo mismo si ahorra durante dos años la misma cantidad.
HOGAR, DULCE HOGAR
Después de varios meses de búsqueda, los Trace comenzaron a hacer ofertas bajas sobre viviendas. Finalmente pudieron hacer un acuerdo que se ajustaba a su presupuesto, sin tener que tocar sus ahorros para emergencias.
“Recuerdo que cuando me dirigía al trabajo le pedía a Dios que nos presentara una casa para la que no tuviéramos que pedir un préstamo, y Él lo hizo en su momento perfecto”, dice Christie. Mientras se dirigían al cierre de la compra con el cheque de $139.000 en mano, todo parecía un sueño. Pero por más emocionante que fuera el cierre, ellos dicen que eso no se compara con el hecho de entrar cada día en su casa, y saber que es realmente de ellos, no del banco.
SI ELLOS PUDIERON HACERLO…
¿Pensaron algunos que ellos estaban locos por vivir con un presupuesto más ajustado de lo necesario? Claro que sí. ¿Les importaba eso? En realidad, no. Ellos sabían que para muchos ser “normal” significa estar “endeudado”.
Lo siguiente fue lo que esta pareja evitó: Digamos que hubieran dado una inicial del diez por ciento, y pedido prestado el resto del valor de la casa, con una hipoteca de 25 años a una tasa fija del cinco por ciento. Durante la vida del préstamo, habrían pagado $94.296 solo en intereses —¡por lo que el costo final de la casa habría sido de más de $233.000! Además de evitar pagar $94.000 extras, no tuvieron tampoco que estar haciendo todos esos años un pago mensual de $730 por la casa.
Hace cinco años, un sabio asesor financiero los retó a considerar Romanos 12.2 a la hora de tomar decisiones monetarias. “No os conforméis a este mundo”. Los Trace decidieron tomar este desafío en serio, y ustedes también pueden hacerlo —no hay nada de “especial” en la situación de ellos. Son personas normales con ingresos regulares que se fijaron una meta que cambió sus vidas. Imaginen lo que serían las suyas si hicieran lo mismo.
“El ser fieles a nuestro plan nos puso en condiciones de disfrutar de tranquilidad financiera por el resto de nuestras vidas. Fue difícil, pero sabíamos que eso sería temporal”, dice Jack. Ahora que estamos viviendo en una casa libre de deudas, nuestro mayor ‘gasto’ mensual es nuestro diezmo al Señor, y eso es algo increíblemente maravilloso”.

SANIDAD TRAS LA INFIDELIDAD


LA HISTORIA DE GARYRecorrer el pasillo de la casa aquella noche fue una de las cosas más difíciles que he hecho en toda mi vida. Yo sabía que esto podía ser el final de todo lo que me importaba: familia, amigos, trabajo, iglesia. Me senté en la cama al lado de mi esposa. Levantó la vista, y me dijo: “¿Cómo estuvo tu reunión?” No pude evitarlo —me puse a llorar— otra vez. Acababa de pasar las dos últimas horas en la oficina de nuestro pastor, confesando un secreto que había ocultado durante los últimos años.
“Me estás asustando”, dijo Mona.
Me cubrió con sus brazos tratando de consolarme, pero finalmente susurré mi terrible confesión: “Te he traicionado; te he sido infiel”.
Sabía que nuestras vidas acababan de cambiar, pero no tenía idea de lo que sucedería después. Sentí cómo mi esposa se ponía rígida y se alejaba de mí. Se encogió ante mis ojos, y pensé que se desmayaría. ¿Por qué nos pasó esto? Teníamos un buen matrimonio y tres hijos que amábamos profundamente. Pero el ajetreo de la vida nos alejó poco a poco. Fue así como la amistad con una compañera de trabajo se salió de control. Un toque inocente llevó tramposamente a otros más. Comenzó un romance extramarital, y un día se convirtió en una semana, después en un mes y posteriormente en tres años.
Lo único que yo sabía era que no podía seguir así. Tenía que arreglar mi situación con Dios y, de ser posible, con mi esposa. Por dentro me estaba muriendo. Dios mío, ¿qué he hecho? Sabía que había desgarrado el corazón de la mujer que amaba, que había estado conmigo durante 20 años.

LA HISTORIA DE MONA
Miré el rostro de Gary, y vi que algo trágico había sucedido. Mientras me confesaba su traición, sentí como si estuviera viendo desde lejos a unos desconocidos sentados en nuestra cama.
Lo que sí sabía yo era que la vida nunca sería igual. Yo jamás volvería a ser la misma. El miedo y el dolor me envolvieron. Me costaba respirar. Una tragedia había ocurrido —y me había sucedido a mí.
Le pregunté a Gary si él quería el divorcio. El quería ver si podíamos sanarnos, si yo estaba dispuesta a intentarlo. ¿Sanar? Ni siquiera estaba segura de si podría sobrevivir.
Había vivido completamente engañada. Gary había estado teniendo durante los últimos años un romance con mi mejor amiga, y yo nunca lo había sospechado. No tenía idea de que nuestro matrimonio fuera vulnerable. Gary no era bueno para mentir; siempre pensé que lo sabría si lo hacía. Mis amigos pensaban que él era maravilloso: lavaba los platos y la ropa; cambiaba los pañales. Éramos amigos; podíamos hablar de cualquier cosa. Por supuesto, habíamos tenido nuestros malos momentos en dos décadas de matrimonio, pero nada que no pudiéramos superar. ¿Acaso había sido tan mala esposa?
Sentí indicios de cólera. Tuve náuseas. Pasé el resto de esa noche llorando, sintiendo que el dolor penetraba cada centímetro de mi ser. Me sentí más sola que nunca.
A partir de esa noche, hubo un nuevo calendario en mi vida: antes, durante y después de su infidelidad. Mientras que la carga de Gary empezaba a aliviarse, la mía estaba comenzando a derrotarme bajo su peso aplastante.

UNA HISTORIA DE RESTAURACIÓN
GARY
Cuando nos casamos, sabíamos que nuestro matrimonio funcionaría. Éramos unos buenos amigos que se amaban y respetaban mutuamente.
Cinco años después, Mona se graduó de enfermera, yo inicié mi propia empresa, y tuvimos nuestro primer hijo. Unos años más tarde ambos nos hicimos cristianos Ahora teníamos un vínculo más que nos mantendría firmemente unidos.
Al cumplir 20 años de casados, ambos estábamos muy activos en el trabajo de la iglesia. Pero, aparte de nuestras apretadas agendas, teníamos que criar a tres varones, lo cual estaba resultando mucho más difícil de lo que habíamos imaginado, y rara vez teníamos tiempo o energías para nosotros. Nos repetíamos una y otra vez que “nuestro tiempo” vendría después, cuando en verdad tuviéramos tiempo. Pero lo cierto es que estábamos atrapados en una vida que nos estaba llevando por caminos separados.
Esas primeras semanas después de mi confesión fueron un tiempo borroso. Más tarde supimos que era normal, ya que la revelación de infidelidad es como una muerte repentina. Mona, que antes había sido un modelo de fortaleza, a duras penas podía salir a rastras de la cama. Apenas tenía la energía suficiente para cumplir con su turno en el hospital.
Pero, con excepción de mi sentimiento de culpa y del dolor de ver sufrir a mi esposa, yo estaba experimentando libertad por primera vez en mucho tiempo. De inmediato dejé de trabajar con aquella otra mujer, y corté todo contacto. Al no seguir viviendo una mentira, podía de nuevo pasar tiempo con Dios y disfrutar de su presencia. Hacía todo lo que podía para dejar que Mona pasara tiempo a solas para pensar y llorar. Pero mi mayor desafío era agotador: sabía que tenía que responder sus continuas preguntas lo más honestamente posible. A diferencia de mí, Mona no sabía nada de lo que había sucedido durante los últimos años. Necesitaba poder llenar los espacios en vacíos como un rompecabezas, y yo necesitaba unir pacientemente las piezas —una y otra vez, cada vez que hiciera falta, hasta que ella pudiera entender mejor su vida. Las palabras de cólera no eran raras, ya que la verdad no era agradable.
MONA
Pocos en la iglesia me habrían criticado si hubiera dejado a Gary (Mt 19.9), pero yo sabía que divorciarme no haría desaparecer el dolor; yo tendría que pasar por el proceso de llanto y sanidad, con o sin él.
Esa noche de la revelación hace 17 años fue terriblemente dolorosa, pero también marcó el comienzo de nuestra recuperación. No porque alguno de nosotros creyera que podíamos sanarnos, sino porque sentíamos que no teníamos nada más que perder. Lo único que sabíamos era que queríamos obedecer a Dios, no importa adonde nos llevara eso.
Así que empezamos a ver a un consejero cristiano que confiaba en que nuestro matrimonio podía sanarse. Aunque nos aterrorizaba pensar que tal vez no pudiera. Lo que realmente necesitábamos era hablar con otra pareja que hubiera sido devastada por el adulterio y logrado la restauración. Queríamos ver a personas reales que pudieran decirnos honestamente que el dolor de luchar con este profundo trauma emocional valía la pena. Pero nuestro consejero no podía encontrar a nadie que tuviera la experiencia o las cualidades que se necesitaban en estos casos. Por tanto, dábamos un paso a la vez en un camino cuesta arriba que ni siquiera sabíamos que existía.
Hablamos mucho sobre la infidelidad de mi esposo y sobre nuestro matrimonio, y pronto nos dimos cuenta de que, si bien estaban relacionados, se trataba de dos asuntos distintos. La infidelidad había sido una decisión unilateral de Gary, pero los dos éramos responsables de nuestro matrimonio, y necesitábamos comprender por qué había fallado. También teníamos que volver a aprender a ser sinceros y a escucharnos —caímos en cuenta de que nunca habíamos sido verdaderamente honestos el uno con el otro, y que teníamos cosas que no eran compatibles con un matrimonio saludable. Por supuesto, estas no eran excusas para el adulterio; Gary podía haber decidido hablar de estos problemas con honestidad en vez de buscar consuelo en otra parte. Pero ahora era nuestra oportunidad de abordar cosas de las que no nos habíamos ocupado por mucho tiempo.
Pero después de diez meses de haber comenzado nuestra restauración yo sentía que el proceso de “recuperación” me estaba matando poco a poco. En una sesión de emergencia, nuestro consejero nos ayudó a aclarar un problema ocasionado por una respuesta de Gary. Por alguna razón, escuchar esta voz imparcial más allá del caos emocional nos permitió ver el verdadero problema de manera clara y ocuparnos de él. Salimos de su consultorio con esperanzas renovadas; aunque la lucha no había terminado, yo sabía que podía seguir adelante con el poder de Dios.
GARY
Con el tiempo, y perseverando día tras día, comenzamos a ver los progresos que habíamos hecho. Sentimos por fin que la restauración era posible.
Nuestro consejero nos llamó dos años más tarde, y nos dijo: “¿Recuerdan que una vez me preguntaron si sabía de alguna pareja con la cual pudieran reunirse?” Siguió diciendo: “¿Están ustedes listos para ser esa pareja para otras personas?”
Eso nunca nos había pasado por la cabeza. Hacer esto significaría reconocer ante otros el dolor de nuestro pasado sufrimiento. ¿Se repetirían nuestros peores recuerdos y emociones? Al hablar y orar por la idea, recordamos lo necesitados que habíamos estado nosotros. Por tanto dijimos que sí.
Nuestro primer encuentro con una pareja determinó el rumbo de un ministerio con el que nunca habíamos soñado cuando iniciamos este camino. Después de que todos vimos el enorme impacto de este apoyo en la recuperación de ese matrimonio, fundamos Hope & Healing Ministries (Ministerio de Esperanza y Restauración) junto con ellos. Doce años después, seguimos viendo a Dios actuando de manera poderosa al aconsejar a parejas que enfrentan la misma situación que vivimos nosotros, que se preguntan si habrá esperanza para ellos.
La noche en que Gary hizo su confesión, ninguno de nosotros esperaba que hubiera una restauración. Dudábamos de que el dolor se marcharía. Pero ahora sabemos que el adulterio, por más destructivo que sea, no significa automáticamente una sentencia de muerte para un matrimonio. Encontrar el camino fue lo más difícil que hemos hecho, pero hoy tenemos un matrimonio fuerte y feliz basado en amor, respeto, intimidad y confianza. Y hemos visto una y otra vez que la restauración se ha vuelto una realidad en otras parejas antes desdichadas. La recuperación es un trabajo difícil que requiere de dos corazones dispuestos. El mismo Salvador que permite a los pecadores estar puros delante de un Dios santo, puede restaurar lo que está en ruinas, convirtiéndolo en algo hermoso y deleitable.

COMO RESOLVER CONFLICTOS

Sólo en el cementerio no hay conflicto, pero tampoco hay vida. Tanto en la relación entre hermanos de la iglesia como colegas de trabajo o en una pareja es imposible la ausencia de conflictos. Un conflicto puede separarnos de una persona si no es resuelto debidamente. Al resolver un conflicto solemos acercarnos más a la otra persona y también a Dios (1 Juan 4.12). He aquí una lista de sugerencias de cómo resolver conflictos:
1.     Controle su ira. Al admitir que la ira es parte de la vida humana, necesitamos aprender cómo controlar esa destructora de buenas amistades.
Hay tres opciones en cuanto a la ira:
(a) La expresamos: Al expresar nuestra ira gritamos o hacemos cosas que podrían empeorar nuestra relación.

(b)    La internalizamos.
Esta opción suele causar enfermedades como úlceras u otras enfermedades del sistema nervioso y debe ser evitada.
(c)    La confesamos. Esta es la mejor de las tres opciones, por no causar daños ni al interlocutor ni a uno mismo, y por ser congruente con Santiago 5.16.
2.    Escuche con la boca cerrada. Muchas veces interrumpimos o no permitimos que nos expliquen su punto de vista. Es imposible resolver cualquier conflicto si no somos justos con la otra persona y la escuchamos. Ya que el 7% de nuestra comunicación son palabras y el 37% es lenguaje físico, 56% es al tono de voz que debemos estar atentos. “Al que responde palabra antes de oír, le es fatuidad y oprobio” (Proverbios 18.13).
3. Escuche con la mente abierta. Para poder resolver un conflicto no se puede acercar a la otra persona decidido a no ceder nada. Lo importante es considerar que siempre hay dos lados en todos los conflictos. Hay que considerar ambas posiciones para poder llegar a una conclusión satisfactoria.
4. ¡Cuidado con lo que dice! Durante un altercado se dicen cosas que suelen herir profundamente a ambas personas. Esas cosas, una vez dichas, ya no puede borrarlas. Las palabras hieren tanto o más que golpes. En un momento de furia Satanás interfiere y decimos cosas que ojalá no las hubiéramos expresado nunca.
5. Esté listo para pedir disculpas. Siempre es difícil admitir un error. Pero con la ayuda de Dios nos elevamos más allá del problema y hacemos lo que sea necesario, lo cual al hacerlo tenemos que echar a un lado nuestro orgullo personal. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (Pedro 5.6).
6. Esté listo para perdonar. No existen buenas relaciones de amistad sin el perdón. Una vez que reconocemos nuestras limitaciones como seres humanos, sabemos que un día perdonamos, otro día somos perdonados. Cualquier matrimonio puede ser duradero si ambos cónyuges están dispuestos a perdonarse siempre que sea necesario.
El perdón debe ser como una nota promisoria, pero que sea rasgada, quemada, y la ceniza enterrada, para que jamás sea cobrada. Los conflictos son inevitables donde hay relación de amistad entre seres humanos. Al resolver esos problemas crecemos en nuestra fe y en nuestras relaciones interpersonales.

COMPRENDIENDO A MI PAREJA

Al estudiar el desarrollo de las sociedades antiguas y modernas, se observa un denominador común: las diferencias y discrepancias entre grupos e individuos.  En la relación de pareja, la cercanía cotidiana maximiza estas diferencias, aumentando las posibilidades de fricción.
Los roces se producen a partir de las  particularidades de cada individuo, tanto en cuanto a sus atributos innatos, como a las actitudes y comportamientos aprendidos de su entorno social. Como ejemplo de estos roces,  podemos citar aquellos que surgen de la diferencia de género, siendo esta una característica innata, y los que surgen por el modo distinto de interpretar una misma situación, lo que corresponde al trasfondo social y psicológico de cada persona.
Es así que, frecuentemente, los cónyuges encuentran diferencias en numerosas áreas de su vida compartida, aún en aquellas que son fundamentales a su relación: las formas de divertirse, los estilos de comunicación, las estrategias para solucionar problemas, las formas de satisfacción, la definición de derechos y deberes, el manejo de espacio individual y espacio de pareja, cómo y cuándo establecer los límites necesarios para las relaciones con las familias de ambos, hasta donde permitir las influencias de otros, qué comprar, qué vender, cómo amar, cómo valorarse y cómo reconocerse, y aun el concepto de pareja que maneja cada uno.
También es cierto que, habitualmente, existen puntos de semejanza.  Frente a este accionar de la vida, es necesario encontrar un equilibrio que potencie una relación armoniosamente balanceada, fortaleciendo los puntos de concordancia y, poniendo especial énfasis en comprender y aceptar las diferencias que existan.   Así, los cónyuges encuentran estabilidad en sus similitudes, pues estas le otorgan a la pareja una base para “ser”, y en las diferencias, un constante redescubrimiento de sí mismos y de su compañera/o  para “hacer”.
Lo que deteriora a las parejas no son las diferencias, es la actitud que cada uno de sus integrantes asume ante ellas.  Una actitud comprensiva, de tolerancia y respeto es vital para superar los conflictos.  Pero ¿cómo lograr asumir esta actitud conciliadora cuando somos tan diferentes? Tomarnos el tiempo y el esfuerzo diario para conocer a nuestra pareja, reconociendo que mi forma de pensar y actuar no son absolutas ni definitivas,   es la respuesta a esta interrogante.
No podemos comprender a nuestra pareja si no le conocemos, no podemos llegar a acuerdos si pensamos que tenemos la exclusividad de la razón.   Una actitud arbitraria conduce al enfrentamiento, una actitud conciliadora nos da la oportunidad de crecer a partir de nuestras diferencias, aprendiendo el uno del otro y reinventando nuestra relación continuamente.
Según Marx, dando amor nos hacemos seres amados, o lo que es lo mismo, procurando la felicidad del tu, hacemos simultáneamente feliz al yo.  El secreto está en que ambos cedan y ganen al mismo tiempo.
Para recordar:
1. Hable de sus diferencias, negocie y junto a su pareja encuentre un punto de equilibrio que beneficie  a ambos.
2. Cuando dialoga con su pareja para resolver sus conflictos, elija las palabras que usa, nunca ofenda ni use términos groseros.
3. No vea las diferencias como amenazas, sino más bien como elementos de crecimiento y aprendizaje.
4. En nuestro vivir diario como miembros de una sociedad, frecuentemente debemos ajustarnos a situaciones o personas con las que no estamos totalmente de acuerdo, en beneficio de una colectividad.  Utilice este mismo principio con su pareja.
5. Las parejas sanas no son las que no tienen conflictos, son las que resuelven conflictos.
6. A diferencia de todas las otras relaciones familiares, la relación de pareja es la única que se establece por decisión propia, por lo tanto,  decidamos también actuar de forma conciliadora.
7. Es necesario encontrar un equilibrio entre diferencias y semejanzas  que potencie una relación armoniosamente balanceada.
8. Los cónyuges encuentran estabilidad es sus similitudes, pues estas le otorgan a la pareja una base para “ser”, y en las diferencias, un constante redescubrimiento de sí mismos y de su compañera/o  para “hacer”.
9. Lo que deteriora a las parejas no son las diferencias, es la actitud que cada uno de sus integrantes asume ante ellas.
10. Una actitud comprensiva, de tolerancia y respeto es vital para superar los conflictos.

SANANDO LAS HERIDAS EL MATRIMONIO

La mayoría de seres humanos que dan inicio a la vida matrimonial lo hacen con la expectativa de que en el transcurso de los años la relación de pareja sea fortalecida y la comunicación conyugal permita superar cualquier dificultad que se presente. Sin embargo la afirmación “en las malas y en las buenas”,   pareciera haberse dejado de lado, sobretodo cuando los conflictos, las diferencias y las crisis surgen, dejando a su paso lesiones con efectos profundos y permanentes.
Cuando se habla de heridas en el matrimonio, se suele evocar aquellas que permanecen después de una fuerte discusión, al haber recurrido, uno o ambos miembros de la pareja, a  gritos, ofensas u otras expresiones de violencia emocional y aún física. Es frecuente también encontrar heridas, cuando la pareja ha vivido humillaciones e infidelidad, entre otras cosas.
Sin embargo, muchas veces las lesiones aparecen y se profundizan con el pasar del  tiempo casi sin darnos cuenta. Especialmente esto ocurre cuando la pareja se ha ignorado mutuamente, desatendido, descalificado o ha recurrido a otras formas de respuesta inadecuada ante los dificultades del matrimonio, que pueden o no desembocar en conflictos aún mayores.
Otra forma en que pueden surgir las heridas en el matrimonio, tiene que ver con las expectativas que cada uno tiene antes de constituirse en pareja, y la desilusión que representa confrontarse con una realidad distinta. De igual forma, cuando las pequeñas diferencias no resueltas, la rutina, el abandono y la falta de interés van marcando o determinando una actitud que se prolonga en el tiempo, la distancia en la vida conyugal se empieza a imponer y es frecuente que de por esta situación se produzcan lesiones que pueden conducir a permanentes heridas que causan mucho dolor y  fricción en la relación matrimonial.
Los recuerdos dolorosos hacen que tanto en los aspectos personales, como a nivel de la relación de pareja, el ser humano tienda a estancarse y no logre desarrollar sus propias habilidades. Las heridas provocan pesar, porque son resultado de sentimientos de amargura, tristeza, frustración y, en algunos casos, de ira e impotencia. Estas van afectando los pensamientos y los sentimientos, y pueden acompañar a la persona durante mucho tiempo, aun cuando la situación del pasado aparentemente pareciera ser superada.
Las heridas no sanadas impiden el establecimiento de nuevas y positivas actitudes y relaciones. Hacen aflorar la inseguridad, la desconfianza, la duda, el temor y la soledad. Pueden hacer que la pareja sea prisionera de eventos o situaciones del pasado e impedir que puedan ver el porvenir con esperanza, ánimo y alegría.
Un aspecto importante para iniciar el camino hacia la sanidad en las relaciones matrimoniales, es no negar lo que se siente. En algunas ocasiones las personas que tratan de ocultar sus lesiones emocionales o recuerdos que le entristecen, lo único que logran es prolongar y profundizar sus heridas. Al reconocer el evento o situación que nos ha lastimado, estaremos dando el primer paso para la superación de la situación que nos lastimó.
Debemos tener en nuestros pensamientos, emociones y sobretodo en nuestra voluntad, el propósito de soltar los acontecimientos o circunstancias del pasado que nos lastimaron. Esta decisión (dejar atrás el pasado), conlleva una decisión de perdonar y perdonarnos y aunque el perdón puede parecer en un principio, no ser algo que se sienta en el corazón, si se mantiene como decisión, paulatinamente se irá  incorporando a nuestras emociones. Una herida emocional o física, no se olvida fácilmente, pero al “cicatrizar” el evento pasado, se recuerda sin dolor.  Es así como el perdón permitirá ir sanando el corazón de las personas heridas, posibilitando iniciar el camino para la superación de cualquier escenario adverso que haya marcado a los que conforman una pareja.
Para sanar las heridas del matrimonio se debe asumir la decisión de perdonar, sabiendo que esto se logra mediante un proceso que toma tiempo, por lo que cada persona debe tener paciencia y perseverancia. No se debe olvidar que el primer paso, está en identificar lo que nos a causado el dolor y no dejarlo profundizar en el transcurso del tiempo.
Cada pareja debe resolver oportunamente aquellas cosas que les lastiman, para que no se conviertan en heridas permanentes, sólo así podrán disfrutar de una vida  matrimonial de  paz y libertad.
Para recordar
* Las heridas no sanadas impiden el establecimiento de nuevas y positivas actitudes y relaciones. Hacen aflorar la inseguridad, la desconfianza, la duda, el temor y la soledad.
* Al reconocer el evento o situación que nos ha lastimado, estaremos dando el primer paso para la superación de la situación que nos lastimó.
* El perdón permitirá ir sanando el corazón de las personas heridas.

SUPERANDO LOS CONFLICTOS DEL MATRIMONIO

¿Tienes problemas en tu matrimonio? ¿Sientes que el amor se está enfriando? ¿Se está acabando la tolerancia, la paciencia en tu vida matrimonial? Si ésta es tu experiencia familiar, es hora de cambiar algunas actitudes y acciones en tu vida que transformarán tu realidad.  Recuerda que siempre hay esperanza si realmente quieres ser feliz y estás dispuesto a entregar el timón de tu matrimonio a Dios.
He aquí algunos consejos que te podrán orientar y ayudar a superar tus conflictos matrimoniales:
1.- No te enfoques sólo en las debilidades de tu cónyuge
Debes reconocer que tú tampoco eres perfecto, así que no es justo ver sólo lo malo en el otro. Recuerda las cosas que admirabas de tu pareja y los buenos tiempos que pasaron juntos. Las diferencias entre ustedes no son una amenaza, sino deben transformarse en elementos que enriquecen al otro, tienes lo que al otro le falta y viceversa. Trata de pensar positivamente. Se puede mejorar la relación. No está todo perdido. No hay peor lucha que la que no se pelea.
2.- No puedes cambiar al otro, pero puedes empezar a cambiar tú
Seguramente tu cónyuge necesita cambiar cosas en su vida, pero no lo hará bajo tu presión y tu insistencia. Piensa qué actitudes y acciones tuyas podrán ayudar a la actual situación y realízalas. Elimina las quejas constantes y la crítica de tu vocabulario, lo único que logras es empeorar la situación. Acuérdate de las cosas qua haces o dices que molestan a tu cónyuge y evítalas. Expresa tu grandeza en los pequeños detalles. Todo cambio comienza en uno mismo.
3.- Perdona a tu cónyuge para liberarte
Mantener el recuerdo vivo de las ofensas sufridas contamina tu mente y tu corazón, y no te permite pensar con claridad. Perdona a tu cónyuge por las ofensas, humillaciones, falta de amor, etc. Perdónalo aunque creas que no lo merece, aunque no lo veas cambiar. El perdón produce una liberación en tu propia vida. Por otro lado, aprende a reconocer tus propias fallas. Sé valiente y pide perdón.
4.- Al casarte asumiste un compomiso serio
Lucha por mantener tu compromiso, tu palabra. No te rindas ante las dificultades. El fracaso es la oportunidad para volver a empezar con mayor inteligencia. Te puedes cansar pero nunca te rindas. El matrimonio no es un duelo, es un dúo. El valor que le das al matrimonio marcará la vida de tus hijos. También se trata de todas las vidas que vienen detrás de ti. Haz tu mejor esfuerzo. Todo sacrificio vale la pena con tal de salvar tu familia. Si asumes un compromiso con Dios, Él no te dejará solo en esto.
5.- Dios no se equivocó al crear el matrimonio
Dios conoce tu frustración, tu soledad, tu angustia, tus luchas, tus problemas familiares y quiere ayudarte a vencerlos. Dios tiene un futuro diferente para tu vida y familia. El poder que necesitas para cambiar esta situación sólo te lo puede dar Dios. No vivas alejado de Dios que es la fuente de bendición, alegría, paz y prosperidad para tu vida y familia. Busca a Dios. Reconoce que te equivocas, que tienes pecados, y pídele perdón a Dios. Hace 2000 años Jesús murió en la cruz del Calvario para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Sólo debes poner tu fe en Él y aceptarlo en tu vida como tu Salvador y Señor.
¡Vivamos una vida al 100%!